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María Luisa Swayne
 
 
La pintura de María Luisa Swayne recrea la historia de una búsqueda dentro del laberinto de las muchas expresiones del Arte, una búsqueda que la condujo a través de múltiples senderos: Primero fue la escultura, en Lima, a fines de la década de 1970. Pero la escultura resultó ser un espacio donde prevalecían la forma y el volumen, en menoscabo del color.

No queriendo aceptar un arte carente de la universalidad de la paleta, optó por el grabado a principios de la década de 1980.

Se inició, así, un largo viaje hacia el dominio de los elementos a ser transformados y trabajados, con la intención de liberarlos de su inherente rigidez y permitir que emerja la sutileza y transparencia del color y la riqueza de las texturas, forzando los límites que la técnica generalmente impone a una obra de arte. El camino estaba libre para dar un giro hacia la pintura.

Es así como sus lienzos se convierten en espacios donde el color fluye libremente, fusionándose en forma sutil y armoniosa con otras materias primas (arena, polvo de mármol, aserrín, papel, tela...), proyectando un resultado más allá de la superficie lisa. María Luisa Swayne mantiene con sus lienzos una relación ritual que evoca los ritos de iniciación de los aprendices medievales.

María Luisa prepara sus telas ella misma, adosando las múltiples capas, mezclando los pigmentos lenta y cuidadosamente, creando una atmósfera que conjura paciencia y concentración.

Esta ceremonia de transmutación mágica se nutre de dos inquietudes paradójicas: La recuperación del mero placer de pintar y el dominio de una relación sensual con su lienzo para dejar que emerja el impulso creativo. Pero, al mismo tiempo, el depurado conocimiento del oficio le permite a la artista ir más allá del arte espontáneo y dar forma a un proyecto creativo que busca provocar impresiones que la razón no puede entender. A la artista no le interesan tanto las formas que transmiten un significado preciso. Existe, inclusive, una deliberada voluntad de escapar de lo figurativo para evitar una innecesaria intelectualización que podría trastocar el goce sensual.

El público se ve directamente confrontado con el diálogo entre las distintas capas y con la percepción sensorial que claramente emerge de dicho diálogo. Esto explica por qué la artista elude ponerle títulos a sus obras, porque los títulos tienden a orientar la mirada del observador, limitando la dialéctica natural entre el lienzo y el espíritu.

Paris, Francia 2010

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